sábado, 1 de junio de 2013

LA PENÍNSULA IBÉRICA Y LOS FACTORES QUE HARÁN POSIBLE LOS VIAJES INTEROCEÁNICOS

Desde mediados del siglo XIV hasta finales del XV, la Península Ibérica estuvo repartida en cinco Estados distintos: Portugal con fronteras muy diferentes a las de hoy, en el centro Castilla, en el Noreste el pequeño reino de Navarra, al este el Reino de Aragón y al sur el reino musulmán de Granada. 
Las tentativas de unificar la península estaban presentes tanto en Castilla como en Portugal y Aragón. El ideal de unión era común a todas las monarquías peninsulares, todas se consideraban partes  integrantes de Hispania. Fue así que dentro de cada familia real se ideaban estrategias matrimoniales o pretensiones sucesorias por un lado, pero por otro también existieron las guerras.

APERTURA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA AL RESTO DE EUROPA

El hecho más importante de los siglos finales de la Edad Media fue la inserción de la Península Ibérica en el circuito comercial atlántico y en los itinerarios mercantiles internacionales. Hasta entonces, el comercio internacional de mayor importancia se hacía en el mundo mediterráneo. Si bien el comercio atlántico existió, era mucho menos significativo. El estrecho de Gibraltar tuvo mucho más apertura a la libre navegación, lo que permitió una circulación más amplia. 
La lana, el aceite, el vino y el hierro castellanos, la sal, el vino, la fruta y el corcho portugueses se exportaban a todo el Norte de Europa desde Francia hasta Rusia. La construcción naval era muy importante ya que se exportaban navíos para algunas partes de Europa. Como mercado consumidor, todos los Reinos de la Península Ibérica recibían de Europa sobre todo tejidos y productos manufacturados en grandes cantidades. 
La península se convirtió cada vez más en espacio intermediario entre los contactos con los mundos mediterráneos y africano. 
El progreso económico se hizo sentir en los medios y técnicas comerciales: ferias, sociedades, actividades bancarias, medios de pago, seguros, etc. Pero la moneda de las tres grandes monarquías ibéricas se fue devaluando de año en año. Toda la península tenía “hambre” de metales preciosos, sobre todo de oro. 
En todo este movimiento económico, los centros urbanos  desempeñaron un papel de relieve. Las cinco ciudades más importantes con sus puertos eran: Sevilla, Bilbao, Lisboa, Valencia y Barcelona. 

Una compleja red de comunicaciones conectaba  a todos los centros económicos de Iberia y los ponía en contacto con el exterior. El concepto de mercado y el comercio a distancia iban poniendo punto final a la autosuficiencia del sistema feudal.
Los adelantos tecnológicos fueron factores importantes para esta apertura y 

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